La avaricia rompe el saco: retos del clima que plantea la alimentación del planeta
La demanda de alimentos del planeta (especialmente proteínas) tiene importantes consecuencias para el cambio climático. Analizamos las oportunidades derivadas del cambio de los consumidores en su forma de comer.

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Es necesario un cambio gigantesco en la forma en que producimos y consumimos los alimentos (especialmente las proteínas) si debemos evitar graves consecuencias climáticas. Este cambio crea riesgos y oportunidades para los inversores a todos los niveles, desde la granja hasta el producto terminado. Considerando en primer lugar los desafíos, está claro que la ganadería tradicional se enfrenta a una crisis de sostenibilidad inminente.
La demanda de proteínas está aumentando. Se prevé que la población mundial alcance casi los 10.000 millones de personas en 2050, lo que requerirá cerca del doble de la producción de alimentos.
Específicamente, los ingresos más elevados y el crecimiento de la población en los países desarrollados están impulsando la demanda de carne. Se calcula que el consumo mundial de carne de vacuno, ternera, aves y cerdo ha aumentado un 30 % en los últimos 15 años y se prevé que la tendencia continúe.
Salvo que esta tendencia de mayor producción y consumo ganadero disminuya considerablemente, la agricultura agotará todo el “presupuesto” de carbono mundial antes de 2050. Actualmente, la ganadería representa el 14,5 % de las emisiones globales de gases de efecto invernadero (GHG, por sus siglas en inglés) y es un proceso inherentemente ineficiente para crear proteínas. Incluso el pollo –la fuente de carne más eficiente– solo convierte alrededor del 20 % de la energía de alimentación bruta en proteína animal. Dado que es poco realista esperar que cualquier otro sector llegue a ser neutral en cuanto a emisiones de carbono, está claro que los hábitos alimentarios deben cambiar.
La agricultura también se enfrenta a crecientes riesgos físicos impulsados por el cambio climático. Aunque seguimos intentando extraer rendimientos aún mayores de la agricultura para alimentar a una población en aumento, los agricultores se enfrentarán cada vez más a riesgos físicos en su producción: más sequías, menos disponibilidad de agua y el impacto negativo de temperaturas más extremas en la salud de los animales.
Carbono producido por tonelada de proteínas consumidas
En general, la producción de alimentos de origen animal tiene un mayor impacto en el planeta que los alimentos de origen vegetal

Aunque estos desafíos presentan una situación desoladora, algunas tendencias recientes nos dan motivos de esperanza, y sugieren que se vislumbra una ruptura en el horizonte en la manera en que producimos y consumimos alimentos actualmente.
En lo que respecta a la oferta, la innovación en los alimentos está en expansión y anticipa la variedad de proteínas sin origen animal disponibles. Memphis Meats utiliza una tecnología de cultivo celular para cultivar “carne real” en sus laboratorios. Sus productos de proteínas consumen el 1 % de la tierra y el 1 % del agua en comparación con la carne producida tradicionalmente. Empresas como Beyond Meat e Impossible Foods utilizan una tecnología avanzada de proteínas de origen vegetal para aislar los componentes del mundo vegetal que puedan recrear el sabor y la textura de la carne. Aunque algunas de estas empresas aún no han empezado a comercializar, la magnitud de sus reducciones de costes y la velocidad de su desarrollo tecnológico sugieren que es posible que la adopción generalizada no esté lejos.
Con respecto a la demanda, los hábitos alimentarios de los “millennials” están rompiendo con los de las generaciones anteriores. Hay una tendencia de los “millennials” cada vez mayor de adoptar dietas “flexitarianas” y sin carne.
De acuerdo a una encuesta de 2017, el 30 % de los “millennials” estadounidenses comen alternativas a la carne todos los días, en parte debido a las preocupaciones medioambientales, pero en gran medida para mejorar la salud, gestionar el peso y “comer limpio” (comer alimentos no procesados), según la investigación de Nielsen.
El año pasado, se apuntaron al “Veganuary” (abstenerse de consumir productos animales durante el mes de enero) más personas que los cuatro años anteriores en conjunto. Con un crecimiento en las ventas de alternativas a la carne de origen vegetal del doble de la tasa de carne procesada, de acuerdo a Research and Markets (2017), hay un enorme nicho de mercado para las empresas que puedan capitalizar esta tendencia.
La normativa y el asesoramiento público también están cambiando. Los gobiernos empiezan a asumir la responsabilidad de convencer a los ciudadanos para que consuman menos carne. Motivados principalmente por los objetivos de salud pública (el consumo de carne roja se ha vinculado a mayores riesgos de contraer enfermedades no contagiosas como la diabetes y el cáncer), varios países, como el Reino Unido y Francia, han redactado nuevas versiones de sus pautas alimentarias para recomendar a las personas que reduzcan su ingesta de carne y lácteos. Con una mayor atención a los impactos en el clima, Dinamarca está considerando incluso aplicar un impuesto a la carne roja. ¿Podrían otros países adoptar un enfoque similar?
En resumen, la alimentación sostenible de una población en aumento durante las próximas décadas es un desafío global masivo. Tendrá que producirse un cambio fundamental en el modo en que producimos y consumimos los alimentos si debemos mantener las subidas de temperaturas globales por debajo de 2oC, tal como se prometió en el acuerdo sobre el Cambio Climático de París. Este cambio crea riesgos y oportunidades para las empresas (y los inversores) en la cadena de valor de la producción de alimentos.
Schroders es miembro de la red FAIRR (Riesgo y Rentabilidad de la Inversión en Animales de Granja).
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