¿Por qué es fundamental el “karma corporativo” para la rentabilidad de tus inversiones?
La simbiosis entre una empresa y sus grupos de interés implica una noción de “karma corporativo” que puede ayudar a las firmas socialmente responsables a destacar a largo plazo.

En otras épocas, la sostenibilidad era una preocupación secundaria, pero, ahora, no se habla de otra cosa. Los temas relacionados con la sostenibilidad, como la brecha salarial o el “flygskam” (o la vergüenza de volar), son ahora parte de nuestras conversaciones cotidianas.
Muchos de nosotros tratamos de hacer todo lo posible a nivel individual para llevar un modo de vida más sostenible, por ejemplo, reduciendo los plásticos de un solo uso. Pero, ¿qué hay de nuestras inversiones?
Nuestros estudios indican que tenemos cada vez más clientes que quieren que sus inversiones sean un reflejo de sus valores. Creo que los gestores de patrimonios tenemos la obligación moral de ayudar a impulsar la transición hacia una economía sostenible. Podemos hacerlo asignando más capital a empresas gestionadas de manera sostenible y ejerciendo el activismo empresarial en aquellas de las que somos propietarios.
- Si quieres conocer al detalle las distintas actitudes hacia la inversión sostenible, consulta nuestro Estudio Global de Inversión
Un gran número de inversores cree la inversión sostenible es incompatible con la generación de una rentabilidad superior a la del mercado. Yo no estoy de acuerdo. De hecho, creo que solo se pueden lograr rentabilidades consistentes a largo plazo si se invierte en empresas que sean sostenibles de verdad.
Para mí, la clave de la inversión sostenible está en ver cómo se relaciona una empresa con sus grupos de interés. Aquellas cuya gestión tiene en cuenta a todos los grupos de interés son capaces de ofrecer rentabilidades más altas a largo plazo y tienen menos probabilidad de tener que afrontar escándalos que les salgan caros o que les supongan incluso una crisis existencial.
¿Quiénes son los grupos de interés?
Los grupos de interés son —como su nombre indica— todas aquellas partes que tienen un interés en algo; en este caso, en una empresa. En la siguiente tabla, se muestran los grupos de interés de una empresa. Su importancia relativa variará en función de la naturaleza del negocio. Los accionistas son uno de los grupos de interés... pero solo uno de muchos.

El concepto de “prioridad del accionista” se remonta a los años 70. Esta teoría afirma que la principal prioridad de una empresa ha de ser satisfacer los intereses de sus accionistas por encima de los de los demás grupos de interés. Esto ha llevado a dar por hecho que el objetivo de una empresa tiene que ser maximizar el beneficio para el accionista, sin tener en cuenta su impacto en otros ámbitos.
Esta forma de ver las cosas está cada vez más obsoleta. Maximizar la rentabilidad para los accionistas a la vez que se daña el medioambiente, por ejemplo, es una conducta cada vez más inaceptables para empleados, consumidores y la opinión pública en general. Este daño reputacional puede disuadir a los clientes —y provocar una pérdida de la cuota de mercado— y dificultar la contratación y retención de trabajadores. También puede hacer que los reguladores impongan unas normas más estrictas o multas.
Estas dos son solo algunas de las posibles consecuencias. Está claro que todas estas implicaciones afectarán negativamente a los beneficios de la empresa y, en última instancia, también perjudicará a los accionistas.
Las relaciones con los grupos de interés en el mundo real
Más allá de la teoría, en los últimos años ha habido muchos ejemplos de empresas en las que un trato inadecuado a los grupos de interés ha tenido un impacto más amplio.
En el Reino Unido, es conocido el caso del minorista Sports Direct, que perdió el favor del público en 2016 tras conocerse un informe que hablaba de condiciones de trabajo “inhumanas” en sus almacenes. Los consumidores iniciaron un boicot contra la cadena, que provocó una fuerte caída de sus ventas y sus beneficios y que las acciones bajasen hasta su mínimo histórico, cotizando un 70% por debajo de su máximo de 2015 (Fuente: Bloomberg. La acción alcanzó su máximo de cotización en los 809 peniques el 10 de agosto de 2015 y se desplomó hasta los 252p el 26 de julio de 2016.)
En los Estados Unidos, la lección nos la dio el banco Wells Fargo, que en 2016-2017 acaparó los titulares de la prensa tras descubrirse un fraude contable. Este escándalo sacó a la luz gran cantidad de malas prácticas en la forma que la entidad tenía de tratar a clientes, empleados y reguladores. Los clientes sufrieron daños con la apertura de cuentas a su nombre sin su autorización, por las que les cobraban comisiones y que perjudicaban su calificación crediticia. La raíz del escándalo estaba en un entorno laboral con una presión enorme y unos objetivos de ventas tremendamente agresivos que llevaron a los trabajadores a tomar medidas desesperadas para cumplirlos. Entretanto, la cultura corporativa y la respuesta de la entidad a las primeras acusaciones demostraron un flagrante desdén hacia los reguladores.
El impacto para los accionistas ha sido doloroso: miles de millones de dólares en multas y contenciosos, cierre generalizado de sucursales y una significativa pérdida de negocio. Las acciones se han mantenido prácticamente sin cambios desde que saltó el escándalo, con una rentabilidad un 60% inferior a la de la del conjunto de la banca estadounidense (Fuente: Bloomberg, rentabilidad total frente al índice S&P 500 Banks desde septiembre de 2016).
También podemos poner ejemplos de empresas que han tenido que pagar el precio de desastres medioambientales. Dos casos son la explosión y el vertido del petrolero Deepwater Horizon de BP o la rotura de un dique de relaves en una mina de Vale en Brasil en año pasado, que costó la vida de 270 personas. También están aquellas compañías que han sufrido daños reputacionales y económicos con motivo de boicots orquestados por los clientes por no haber cumplido sus obligaciones fiscales (como Starbucks en el Reino Unido). Una demostración de que los consumidores están dispuestos a pedir a las empresas que rindan cuentas de su responsabilidad para con el conjunto de la sociedad.
Los ejemplos positivos no suelen alcanzar relevancia informativa, por lo que es más difícil citar algún caso. Sin embargo, hay muchos ejemplos de empresas en las que un trato exquisito a los empleados, por ejemplo, ha dado como resultado una plantilla con muchos años de antigüedad y profundamente comprometida, que ha supuesto que se dispare la productividad y se reduzcan los costes asociados a la rotación de personal.
Por ejemplo, la firma británica de ingeniería Spirax Sarco gasta más en formación que toda la competencia junta, con lo que ha logrado triplicar la productividad media de los comerciales en sus cinco primeros años en la empresa (fuente: reuniones con la empresa y análisis de Schroders).
La antigüedad media del personal del fabricante de semiconductores Texas Instruments son unos impresionantes 12 años y a todos los trabajadores se les paga una gratificación vinculada a los beneficios que haya obtenido la empresa, por lo que se ha creado una cultura de colaboración e innovación (fuente: Informe de RSC 2019 de Texas Instruments).
También podemos poner ejemplos en los que los proyectos benéficos y la inversión en la comunidad local han brindado a las empresas el apoyo social y político y en los que la administración responsable en cuestiones medioambientales fortalece una marca y atrae a nuevos clientes.
Las empresas sostenibles pueden prosperar a largo plazo
Estos ejemplos hacen patente la simbiosis que existe entre una empresa y sus grupos de interés: me gusta compararlo con una especie de “karma corporativo”.
Cada vez hay más conciencia de que, además de evitar daños, cuidar a los grupos de interés también tiene un reflejo positivo en los números de las empresas. The Business Roundtable, una asociación de varios consejeros delegados de empresas líderes en EE. UU., ha cambiado hace poco sus estatutos para incluir un compromiso expreso con todos los grupos de interés.
Sin embargo, los mercados financieros aún tienden a centrarse en el corto plazo. Los análisis de muchas empresas tienden a centrarse en sus perspectivas a dos o tres años como mucho, cuando no lo hacen tan solo en los dos próximos trimestres. Con un análisis financiero tradicional tampoco es fácil tener en cuenta los factores no económicos, como la cultura corporativa o las relaciones con los grupos de interés.
Por eso, el mercado suele subestimar e infravalorar la resiliencia del crecimiento y la rentabilidad que pueden generar las empresas sostenibles. Es algo que me parece muy interesante, porque a los inversores les da la oportunidad de sacar partido de los errores de valoración que comete el mercado y ver beneficios cuando estas firmas sostenibles superan las expectativas del consenso.
Como inversores, podemos aportar nuestro granito de arena para instar a las empresas a ser más sostenibles, ofreciendo mejores resultados a nuestros clientes y a toda la sociedad. Ejercemos el activismo empresarial en ellas a través de conversaciones con los equipos directivos cuando vemos algo que nos preocupa en el trato a los grupos de interés. También monitorizamos de sus resultados (a través tanto de los datos que tradicionalmente se publican como de los que no) y mantenemos reuniones de seguimiento para ver si se actúa en esos puntos.
Además, como dueños de la empresa, tenemos un voto en las juntas de accionistas que podemos utilizar para expresar nuestro acuerdo o desacuerdo con la política de la dirección. El Equipo de Inversión Sostenible de Schroders ha votado en 740 juntas celebradas en el cuarto trimestre de 2019, emitiendo un 12% de votos en contra de las resoluciones planteadas por el consejo de administración.
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